La sala parecía más fría que nunca, aunque la chimenea estuviera encendida. El fuego chisporroteaba, pero Margaret sentía que estaba rodeada por un invierno que no tenía fin. Quedó dormida por el agotamiento mental luego de pasado el efecto del suero. Había intentado mantener la mirada erguida, desafiante, como si la fuerza pudiera protegerla de lo que estaba ocurriendo.

Frente a ella, Dante la observaba con esa mezcla de desconcierto y atracción que la confundía. Había momentos en que parecía un extraño, y otros en que la intensidad de sus ojos oscuros la atravesaba como un hierro candente.

Y luego estaba Matteo. Su sola presencia impregnaba el ambiente de un veneno invisible. La miraba como si fuera una plaga, como si el simple hecho de que ella respirara en la misma habitación fuera un insulto. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, pero sus ojos brillaban con un odio feroz. Queria romperla, hacerla llorar mientras se entierra en lo mas profundo de ella.

—No debería estar a