El rugido grave de los motores de las motocros rompían el silencio sepulcral del desierto. El calor caía como un yunque invisible sobre todos, y el aire parecía arder. En la primera moto, Dante Moretti conducía con gesto severo, gafas de sol que ocultaban su mirada y una mano firme sobre el volante. A su espalda, Margaret mantenía la vista al frente, sin hablar. Detrás de ellos, Kaiser Tommasino, el jefe de seguridad, vigilaba el entorno como si en cualquier momento fueran a emboscarlos. Habian llevado motocross al campamento secundario, para recorrer los espacios angostos del camino, dejando los jeep atras en el campamento principal.
En detras de ellos, también estaba Giovanni Ferraro, apodado “Gio”, con un fusil plegable en su espalda y expresión relajada, como si este viaje fuera un simple paseo. Sin embargo, Margaret notaba cómo sus ojos grises se movían constantemente, escaneando el desierto.
En la otra moto iban Enzo Caruso —el encargado de limpiar los rastros sucios de la famil