Vitaminas y una posible atracción.
El restaurante seguía lleno de murmullos y el sonido de copas. El camarero dejó sobre la mesa un postre que parecía una obra de arte: frutos rojos, chocolate derretido y un toque de crema batida.
Margaret lo miró apenas… y un retortijón la atravesó como un cuchillo. La náusea llegó tan rápido que no pudo disimularlo.
— Me disculpo un momento... voy al baño.
Se levantó de golpe, casi volcando la silla.
—¿Margaret? —la voz grave de Dante sonó, pero ella ya se alejaba a toda prisa.
Kaiser, que estaba de pie apoyado en una columna vigilando, frunció el ceño y fue detrás de ella. La encontró en el baño, inclinada sobre el lavabo, vomitando con la desesperación de quien no tiene nada más que expulsar.
—¿Está enferma? —preguntó, con ese tono seco y militar que usaba para todo.
Ella se enjuagó la boca, respiró hondo y lo miró de reojo.
"Mierda" —pensó ella.
—Es el baño de mujeres, estupido... deberias tocar al menos.
—Responda señorita.
—Solo… algo que me cayó mal. No es para tanto, idiota.
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