Amelie Manson.
Me quedé con el teléfono en la mano, mirando la pantalla como si aún no pudiera creer lo que había pasado. ¿Damián… colgándome? ¿Quién demonios se creía para tratarme así?
Las palabras de Octavio me retumbaban todavía en la cabeza: Feldman estaba en sus últimos días, y yo, atrapada en un callejón sin salida, apenas podía hacer algo. Sentía que me arrancaban el aire.
La pantalla del celular se iluminó. El corazón me dio un vuelco, esperanzada de que fuera él, pero el suelo se me vino abajo cuando vi el nombre de Soraya.
—Amiga, ¿qué pasa? —pregunté, sin poder disimular mi frustración.
—Amelie, todo está hecho un caos. —Su voz sonaba agitada, como si hubiera estado corriendo—. En el juzgado han recibido cientos de demandas contra Feldman. No solo de empleados, sino de contratistas que alegan incumplimientos. Y ahora, como tú eres la representante legal, estás implicada. ¿Qué vamos a hacer, amiga?
Un suspiro se me escapó cargado de impotencia. Mi “salvación” acababa de c