Capítulo 4

En algún punto del camino me quedé dormida, no supe cuánto, pero lo cierto fue que cuando abrí

los ojos fue porque alguien golpeó el costado del coche.

Me apresuré a bajar cuando escuché la puerta abrirse. Estaba tan oscuro que no podía ver ni

siquiera dónde pisaba, pero parecía que para ellos no era problema porque andaban como si nada.

Caminé tras uno de los hombres, intentando ir justamente sobre sus pasos para no caer, tanto que

finalmente unas enormes puertas se abrieron y las luces de una ciudad amurallada me recibieron.

Entonces vi a mucha gente, riendo, hablando, disfrutando. Pensé si toda esa gente eran también

lobo, o si eran humanos, pero no hice ninguna pregunta, solo los observé y caminé tras el hombre

que me guiaba.

Pronto fui llevada a una enorme habitación construida en piedra. Era enorme, tan alta que

mareaba si yo veía hacia el techo.

Me senté en la cama sin entender qué era lo que pasaba. Sin embargo, no tuve que esperar mucho,

puesto que unos minutos después, dos chicas aparecieron frente a mí.

Reconocí a una de ellas, era la hija del carnicero. El año pasado tuvo que ser presentada.

En cuanto me vio, me sonrió.

—Anika —dije al verla y ella asintió risueña.

La otra chica también me sonrió.

—Yo soy Tory —musitó y se inclinó—. Está noche seremos tus doncellas.

—¿Doncellas? —inquirí y ambas sonrieron pícaras—. ¿Qué significa?

—Vamos a ayudarte a bañar y vamos a prepararte —aclaró Tory, soltando una risilla—. No te

preocupes, estarás bien.

—¿Prepararme para qué? —cuestioné de forma autoritaria sin entender de qué se trataba.

—Para qué más, para el Alfa —añadió Anika.

—¿Va a comerme? —pregunté aterrada.

—¡Oh, sí que lo hará! —replicó Tory, ganándose un codazo de Anika—. No te preocupes, no pasará

mucho. Es mejor si no eres virgen.

—¿Qué? —cuestioné sin entender.

—Ellos nos hacen sus mujeres —declaró Anika, siendo clara—. Nos eligen para ser sus… amantes,

concubinas, diversión, lo quieras. A cambio, nos dan comida, alojamiento, un trabajo. No es tan

malo, siempre que sigamos las reglas, y si les damos hijos, es mejor, subimos estatus.

—¿Qué? —Volví a preguntar—. ¿Nos traen aquí como prostitutas?

—No, solo… bueno, algo así, somos sus mujeres, pero no somos su pareja. Ellos encontrarán a su

pareja en algún punto y si ellas deciden que no nos quieren, nos dejarán ir —declaró Tory mientras

se encogía de hombros—. Cualquier cosa es mejor que vivir en ese pueblo donde no hay nada, aquí

a veces nos dan regalos.

—Serás la mujer del Alfa, seguro que te irá mejor —añadió Anika.

—Pero dicen que el Alfa es sanguinario —repliqué sin comprender del todo lo que significaba

nuestra presencia en aquel lugar—. ¿Somos esclavas?

—Sí, lo somos, con ciertas libertades, pero no dejamos de ser esclavas —añadió Tory y soltó una

risa—. Como dije, no es tan malo. Tenemos trabajo y hacemos lo que cualquier persona, solo que a

veces nos llaman para… ya sabes, luego volvemos a lo de siempre.

—¿Qué pasa si encuentran a su pareja? —inquirí nerviosa.

—La pareja destinada decide si quiere que nos quedemos —aclaró Anika, apretando los labios—.

también depende del lobo, algunos son más considerados que otros. De lo que debes cuidarte, es

de las lobas, son unas malditas. Odian que los lobos no las miren y que año con año algunos de

ellos tomen más de una humana. Son groseras y malas, no te fíes.

—Es que…

—Hablaremos mañana, por ahora es largo y no lograrás procesarlo. Mañana que pase todo,

tendremos tiempo para hablar largo y tendido —dijo Tory y me dio la vuelta para ayudarme con el vestido.

Sabía que no encontraría marcas, puesto que mi madrastra pensó en todo y nunca me golpeaba

donde pudiera ser visible.

—No te preocupes tanto —dijo Anika—. No son las bestias que parecen, al menos no la mayoría

del tiempo.

No me dijeron nada más, solo me llevaron a la ducha, me asearon y peinaron para luego vestirme

con un ligero camisón y sin más me dejaron sola.

Me senté en la cama, preguntándome si ese animal iba a abusar de mí.

Había escuchado tantas cosas de él, que tenía pánico.

Se decía que el Alfa Magnus era cruel, despiadado, sanguinario, y que no elegía mujeres porque a

las que había elegido alguna vez, había muerto.

—Dios —dije temerosa, pero cualquier cosa que pudiera pensar, murió cuando escuché los

sonoros pasos por el pasillo y casi de inmediato, la puerta se abrió para dar paso al Alfa.

Conocía su nombre, Magnus, y al verlo, imponente y salvaje, pensé que le hacía honor a su nombre.

Desde su lugar me miró y por instinto recorrí mi cuerpo hasta llegar al cabezal de la cama, abrazando mis rodillas para evitar que se acercara o más bien, como si eso lo evitara.

La bestia sonrió con malicia. Me miró y se acercó lento, así que todo lo que pude hacer fue

ponerme de pie e intentar huir de la habitación; no obstante, me atrapó en apenas un movimiento y me acorraló contra la pared.

Todo lo que podía sentir era el frío de las piedras detrás de mí mientras rozaban mi espalda y

también el pavor que me provocaba la cercanía del enorme hombre frente a mí.

Vi su perfecto rostro, surcado por cicatrices de batalla, pero de cualquier forma, nada le quitaba lo

atractivo, más bien, le confería un aire misterioso que lo hacía más atractivo.

Quise moverme, pero él me atrapó por la cintura y me hizo mirarlo. Temblé en sus brazos y me

sentí extraña, de una forma que no me había sentido nunca, algo que se incrementó cuando su

nariz olfateó mi cuello, oliendo y aspirando el aroma como si quisiera grabarlo y al mismo tiempo,

yo solo pude permanecer paralizada, no supe si de miedo o porque la sensación que me recorría en ese momento era extraña.

Sus labios se pasearon por mi cuello.

—Detesto el olor a humanos —murmuró con esa voz salida del infierno, pero tan caliente que

provocaba algo indescriptible—. Detesto que tu aroma me provoque —añadió con un gruñido y al

mismo tiempo, sus labios comenzaron un recorrido por mi cuello, deslizando su lengua por la

zona.

Inevitablemente mi piel se enchinó en una sensación desconocida, mientras mis vellos se erizaban

sin poder contenerme.

Un gruñido salió de sus labios al mismo tiempo que sus dedos recorrían mi rostro, desde mis ojos

hasta mi clavícula.

Bajaron un poco más hasta llegar al valle de mis senos, donde sutilmente movió los dedos y

acarició lento, rozando mis pezones por encima del camisón.

Mi cuerpo se crispó sin que pudiera entender del todo lo que pasaba.

Su maldita risa resonó, como si supiera lo que estaba provocando.

Permanecí en silencio y al mismo tiempo, sentí su mano moverse por todo el frente de mi cuerpo,

deteniéndose en mi abdomen unos segundos antes de rodear mi cintura y atraerme a su cuerpo

con fuerza, estrellándome contra su pecho.

Me miró y sonrió con malicia.

—Ustedes son las que nos complacen —dijo de forma ofensiva—. Ese es tu trabajo.

Rodeó con más fuerza mi cintura y deslizó su mano hasta mi trasero antes de darme una sonora y

dolorosa palmada.

Di un respingo cuando sentí sus manos amasar mis nalgas unos segundos antes de bajar y

meterse bajo el camisón.

Mi traidor cuerpo no se movió, no supe si porque estaba aterrada o porque nunca me había

sentido tan calurosa como en ese momento, mientras sus manos recorrían mis piernas y se

asentaban en mi trasero.

Elegí creer que seguía inmóvil para evitar la vergüenza que sentía de mí misma.

Sus manos me recorrieron, abriéndose paso entre mis muslos hasta llegar a la entrepierna.

—Dios —dije de forma inconsciente y apreté las piernas al sentir su mano posarse sobre mi sexo.

—¿Dios? —inquirió y sonrió como un truhan—. No, Dios no. Serás el juguete del Alfa, te aseguro

que vas a disfrutarlo al menos.

Su promesa hizo que algo escurriera por mi entrepierna y me maldije por sentirme así.

No movió su mano durante algunos segundos, solo observó mi rostro y yo bajaba la mirada

avergonzada.

De pronto sentí los dedos moverse, abriéndose paso entre mi ropa interior y palpando los

húmedos pliegues de mi coño.

Chillé al sentirme expuesta y caliente.

Agaché la vista al sentirme apenada, pero a él parecía no importarle, solo movió sus dedos y me

quejé de forma involuntaria, dolorosa, casi delirante.

Deslizó sus dedos entre los labios de mi sexo, esparciendo la humedad que emanaba con su toque,

fácil, casi sin problema mientras yo solo cerraba los ojos sin saber exactamente cómo sentirme,

solo podía disfrutar de su toque travieso.

Escondió su rostro en mi cuello, me olió y lamió, deslizando su lengua por mi piel mientras yo solo

podía emitir un lastimero gemido al sentir sus dedos hurgando también en mi entrada.

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