Mundo ficciónIniciar sesión—Lo siento —dije al notar que estaba quejándome de todo, avergonzada e inexperta.
Escuché su risa, aunque fue una risa tétrica, inclusive de burla, sentí relajarme un poco, así que solo respiré profundo y pensé que si intentaba escapar, ese hombre me atraparía en dos zancadas y si me quedaba, no sabía que podría pasarme, pero de algo estaba segura. En cualquiera de los dos casos, mi final no sería el mejor.
Pensé que podría matarme de formas muy crueles o desollarme viva.
»Por favor no me mate —supliqué y lo escuché reír divertido, quizás porque en el fondo le alegraba torturar humanas.
—Puedes estar tranquila —murmuró mientras pasaba su lengua por mi cuello—. Puedes estar segura de que si mueres será de placer. Todo lo que te haga en está cama, va a gustarte. Aquí no eres una humana y yo un lobo, somos dos animales y yo voy a tratarte como una puta.
Me estremecí al escucharlo, sobre todo porque entre lo asustada que estaba, parecía que mi cuerpo estaba sucumbiendo a su toque morboso, o quizás era solo un intento vago de mantenerme con vida, cual fuera el caso, no podría saberlo en ese momento.
Sentí el duro miembro del Alfa rozar mi vientre y casi de inmediato me dio la vuelta, arrastrándome muy cerca del tocador de la habitación. Bruto, sin consideración alguna.
Me miré al espejo, mi rostro estaba enrojecido, pero poco pude reaccionar cuando sentí sus manos recorrer mis pliegues, mientras su falo se restregaba en mi trasero con impunidad.
Era una sensación nueva para mí, pero no me disgustaba, parecía que a mi cuerpo le gustaba la desconocida y arrebatadora forma en que ese animal me trataba. Era como si cada parte de mí reaccionara y hasta lo encontraba placentero.
Mi coño emanó humedad, tanta que no creí posible que eso sucediese de verdad. Tampoco sabía cómo controlarlo y me debatía entre el dolor placentero y el miedo.
Sus labios recorrieron mi hombro, dando pequeños mordisquitos, pero sin dejar una marca, mientras una de sus manos apresaba uno de mis senos; lo apretaba con fuerza, poniendo duros mis pezones y tirando de ellos de cuando en cuando, sacándome un gemido lastimero.
Me vi rendida, echando la cabeza atrás, entregándome a la desconocida sensación y pensando que al menos si moría esa noche, moriría satisfecha.
Sentía mi entrepierna hervir, caliente y emití un gemido quejumbroso cuando sus dedos recorrieron mis pliegues, paseándose por toda la hendidura, esparciendo la humedad que se acumulaba cual manantial y, de cuando en cuando, esos traviesos dedos se colocaban en mi entrada y punteaban un poco, queriendo entrar.
Entreabrí los labios ante las sensaciones y de forma involuntaria llevé una de mis manos hacia la suya, apresando su muñeca, sin saber si quería detenerlo o incentivarlo a continuar. Simplemente no sabía qué era lo que estaba sintiendo.
Tenía muy claro que estaba muy excitada y caliente, pero no podía nombrar el estado en el que me sentía, ni explicar la forma en la que las piernas me temblaban.
Esa noche perdería mi virginidad con una de las bestias más imponentes que había visto alguna vez. Sin saber si sería capaz de soportarlo.
Podía sentir su falo rozarme. Era fuerte, grande y portentoso.
Tenía miedo, pero mi cuerpo pensaba que era tarde para echarme atrás, todo en lo que podía pensar en ese momento, era en tenerlo dentro de mí, follándome fuerte.
Gemí ante mis propios pensamientos y más cuando sus dedos frotaron mi clítoris, como si supiera cómo me sentía.
Lo torturó con movimientos circulares, lo embadurnó de mis propios fluidos, humedeciéndolo y frotándolo sin piedad mientras mis labios se entreabrían y yo olvidaba con quién estaba, solo me quejaba y gemía como gata en celo.
Apresó mi cabello en un puño, tirando del agarre hacia atrás mientras me besaba el cuello y usaba su mano para levantar mi pierna y colocarla arriba del tocador.
Su beso ya no fue amable, fue sucio, lascivo, dejando claro que estaba igual de excitado que yo.
—Haré que te corras en mi boca —murmuró sin tapujo alguno mientras sacaba sus dedos de mi entrepierna y los llevaba a mi boca, haciéndome probar mis propios fluidos—. Haré que me la chupes —continuó diciendo mientras yo saboreaba sus dedos, chupando con descaro y emitía pequeños gemidos cuando su lengua recorría mi nuca dejando una estela húmeda.
Sacó sus dedos de mi boca y los llevó de nuevo a mi coño, adentrándolos solo un poco en mi entrada.
—Está noche voy a follarte, entraré en ti y te convertiré en mi mujer —continuó diciendo mientras yo solo podía gemir en respuesta—. Voy a cogerte de todas las formas, lo haré y después de esta noche, te prometo que no dudarás de a quién perteneces.
Lancé un chillido de gozo, no podría definir si de miedo, de placer o de la sorpresa al sentir su miembro desnudo rozar mis pliegues húmedos.







