Cautiva de la Mafia
Cautiva de la Mafia
Por: Karina Peña De Goncalves
Prólogo

«Aire, no puedo respirar» 

   Ese fue el primer pensamiento de Victoria al ser del todo consciente de lo que le pasaba.

   Estaba atrapada en un auto, en el fondo del mar. 

   Victoria abrió la puerta empujando con todas sus fuerzas para salir de la trampa de metal y nadó hacia arriba en busca de la superficie por el anhelado oxígeno.

   Exhala una bocanada de aire en sus pulmones y no entiende cómo llegó allí.

   Apenas puede recordar que antes de salir a la pasarela un hombre la tomó por la espalda.

   “Hola Victoria, nos vamos de fiesta, perra”

   —Me secuestró ese desgraciado loco —expresó entre toses.

   El mar estaba frío y su garganta se quemaba de tanto toser por el efecto de la sal.

Entonces siente que alguien la hala con apremio.

   —Vámonos muñeca, nada por tu vida.

   Victoria nadó detrás del hombre que la dirigía hacia la orilla. Era de noche y la civilización estaba muy lejos. 

   Estaban en una ensenada, sobre ellos a varios metros estaba la carretera y se escuchaban vehículos, pero era imposible ver alguno desde su posición.

   Una vez en tierra firme, el desconocido tomó su mano y le obligó a seguirle.

   —Pero suéltame, déjame descansar…

     Era un hombre blanco, delgado, alto, con espalda muy ancha como un nadador profesional.

Su cabello parecían puntas de flechas, de tantas veces que había pasado sus manos para retirarlo de su rostro.

   Era la primera vez que Victoria lo veía en su vida.

    El desconocido la zarandeaba sin piedad de un lugar a otro, obviamente no tenía claro que debía hacer ahora y tampoco la soltaba para que ella buscara sola su camino.

   Victoria trastabillaba, tenía una sandalia con un tacón fino altísimo en un pie con el que era imposible caminar en la arena, o mucho menos correr, el otro pie lo tenía descalzo, Victoria quiere gritar, pero no puede, su garganta está muy maltratada y su juicio inestable, se siente como una marioneta halada por hilos.

   Ella conoce esa sensación, la drogaron para secuestrarla.

   El hombre la metió en una gruta debajo de la pared de piedra parcialmente inundada de agua de mar que entraba y ascendía no más arriba de sus rodillas.

   —¿Quién eres?, ¿dónde estamos? ¿Qué me pasó? —Inquirió Victoria tratando de entender su realidad en contra del terrible mareo, dolor de cabeza y sensación de estropajo en la boca...

   El desconocido no le hacía caso, solo estaba pendiente de ver desde este lugar privilegiado hacia afuera, escondido por si había indicios de peligro.

   — ¡Auxilio! —Victoria trató de gritar por ayuda, pero solo salió algo más alto de un quejido.

   El hombre desconocido caminó hacia ella, la agarró con fuerza y estampó su cuerpo contra una pared de roca de la cueva, le tapó la boca con una mano.

   —Haz silencio, o te mataré con mis propias manos —le indicó en voz baja y amenazante.

   —¿Qué quieres de mí? —le preguntó Victoria muy asustada—. Yo no te he hecho nada, no te conozco.

   —En este momento que estoy desarmado y atrapado puedes ser mi escudo o única oportunidad de salir vivo con un trueque.

   —Entonces me necesitas viva —acotó Victoria—, escúchame, mi familia es muy rica y te darán mucho dinero si me entregas, pero si me matas se olvidarán rápidamente del asunto, se beneficiarán de la publicidad que obtengan y tú te quedarás sin nada.

   —Te equivocas preciosa, yo no necesito dinero de tu familia, para quienes por lo visto deshacerse de ti es un beneficio —el hombre sonrió mostrando una linda dentadura.

   —Sé que no me secuestraste tú, pero… ¿Por qué estoy contigo?, no recuerdo nada.

  —Porque soy un imbécil que se dejó convencer y me metí en asuntos que no son mi problema. Ahora cállate, debemos salir de aquí.

   —Pero si no necesitas dinero del rescate ¿qué harás conmigo entonces?

   El desconocido la miró de forma apreciativa gracias a la luz de la luna que se filtraba en su escondite.

    Victoria es una mujer notable, rubia, con piel de porcelana, cuerpo hermoso y profundos ojos color chocolate, lucía descompuesta y no es para menos, pero aún tiene los ojos maquillados y aunque su peinado está deshecho su cabello llega casi hasta la cintura.

   —¿Cómo es posible que no tengas la cara como un payaso después de salir del mar?

   —Es maquillaje profesional, soy modelo y hoy tenía la pasarela más importante del año en Milán, pero tu jefe, el maldito Luciano decidió secuestrarme para castigar a mi amiga Rebeka, porque está obsesionado con ella.

   El hombre se echó a reír en voz baja.

   —Un maldito loco ese Luciano.

   —Escucha, no es poca la cantidad de dinero que puedo conseguirte si me dejas salir de aquí sana y salva, por favor —rogó Victoria—, a nadie le sobra el dinero, eso es una mentira, el dinero siempre puede gastarse.

   El hombre la miró arrugando las cejas y sonriendo.

   —Yo no tengo un jefe, preciosa… Y sí que estás muy bien.

   — ¡Suéltame! —Bramó Victoria apartando su rostro con repulsión.

   Sintió la respiración caliente del hombre sobre su piel fría causándole escalofríos.

   El sujeto delineó su figura con las palmas de las manos, sopesando los pechos dentro del traje de fantasía que era una diminuta falda ajustada y una blusa muy escotada con brillos.

   En cuanto el hombre metió la nariz en su garganta y sintió el pulso de Victoria desbocado, puso una mano en medio de sus pechos para sentir su acelerado corazón.

   Quedó hipnotizado viendo los claros sombrear su mano en un exquisito pecho que sube y baja a causa de su respiración acelerada.

   Con decisión metió su pierna entre las de ella obligando a abrirlas y de inmediato la otra mano palpó su centro haciéndola dar un jadeo involuntario, que es de miedo y no de placer.

   Su respiración se hizo más rápida.

   — ¿Estás asustada o cachonda? —Preguntó el malvado hombre divertido.

   Victoria estaba sin palabras, no estaba excitada, pero tampoco quería decirle que le tenía miedo, quiso quitárselo de encima y solo logró que las piedras le lastimaran la espalda y que el agua le hiciera perder el equilibrio de sus pies con la única estúpida sandalia haciendo que la mano de él lograra mejor acceso en su feminidad.

   Sus emociones eran un torbellino, no era del todo dueña de su cuerpo, ya que seguía muy drogada, llena de miedo y adrenalina

   —Ah preciosa, si salimos de esta, disfrutaré un poco de ti antes de venderte. 

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