Sofia
Apenas amanecía y yo ya sentía los músculos de la espalda adoloridos. Llevábamos más de una hora cargando cajas, sacos, bolsas de arroz, harina, panela, plátanos, y un sinfín de cosas para la feria. Estaba sudando como un pollo en asador cuando la madre Teresa se paró frente a la carreta y frunció el ceño.
—¡Ay, Señor bendito! —exclamó, llevándose las manos al pecho—. ¡Se me olvidó el pescado!
Yo giré los ojos tan fuerte que casi se me quedan viendo para dentro. Me limpié el sudor de la frente con la manga de mi blusa y solté un suspiro dramático.
—¿Dónde está el pescado, madre Teresa? —pregunté, resignada.
—En la bodega, Sofía. Anda, ve por él. Y Eva, acompáñala —dijo, señalando a su lado—. Te gusta ayudar, ¿no?
Eva puso cara de trauma, pero no le quedó de otra que asentir. Mientras caminábamos hacia la bodega, escuché la voz profunda del padre Fernando detrás de mí.
—Ten cuidado, Sofía —dijo, con su tono suave y protector.
Me giré hacia él y le dediqué una sonrisa cálida, sin