En la sala privada del hotel, la atmósfera era densa.
Sean se mantenía de pie, con los ojos fijos en su teléfono, esperando algo más que noticias: una dirección, una pista, una razón.
El dispositivo vibró.
Era Damian.
—¿Qué tienes? —preguntó Sean, directo.
—El BMW M8 que buscas salió de Noosa hace poco. Lo registramos en la carretera Costera Norte. Pero después… desaparece.
—¿Desaparece cómo?
—En un tramo rural sin cámaras apenas hay señal. Un lugar donde las luces de la ciudad ya no llegan.
Ahí se pierde el rastro.
Sean cerró los ojos un segundo.
—Envíame las coordenadas.
Voy a desplegar un equipo.
—Ya están en tu bandeja.
Sean colgó, abrió el mensaje…
Y entonces otro apareció.
No firmado.
Sin contexto.
Solo una imagen.
Julie.
Sentada en una cama vieja, con el colchón deshilachado, las piernas atadas con cuerdas gruesas.
La camisa rota en el hombro.
Su rostro inclinado hacia su pecho, abrazándose a sí misma como si eso pudiera protege