La cena terminó con un silencio incómodo.
Sean había terminado su plato. Julie, en cambio, dejó la mitad intacta. No era falta de hambre. Era el nudo en el estómago. El beso frustrado, la interrupción de Catalina, la tensión que ya no sabía cómo manejar.
Cuando el camarero retiró los platos y Sean pagó con una breve sonrisa, Julie se incorporó con suavidad.
—Creo que necesito caminar un poco —murmuró.
—¿Sola?
Julie asintió.
—Sí. Necesito... aire fresco. De verdad.
Sean no insistió. Le ofreció su chaqueta, que ella aceptó con un gesto silencioso.
Al salir del restaurante, se dirigió hacia un sendero que bordeaba la colina. A lo lejos se veía el hotel, parcialmente iluminado. El sonido del mar acompasaba cada paso.
Julie caminaba despacio, sintiendo el viento envolver sus los pensamientos.
—Quería que me besara... —murmuró—. Y lo peor es que Catalina lo sabe. Está jugando. Está saboteando cada momento.
Se detuvo en una baranda, frente a una curva del acantilado.
El mar se agitaba en la