Julie no planeaba cruzarse con Catalina. Había bajado al restaurante del hotel simplemente para revisar algunos documentos en paz, lejos de la suite cargada de silencios no resueltos. Llevaba su tablet, un vestido sencillo color marfil y sandalias doradas. Nada ostentoso. Pero suficiente para sentirse segura.
Al entrar, se detuvo.
Catalina estaba allí.
Sentada en una mesa junto a la ventana, copa de vino en mano, con un vestido negro elegante y un colgante discreto. No necesitaba hacer escándalo para llamar la atención. Su sola postura decía: _yo domino este espacio_.
Y no estaba sola.
Sean acababa de sentarse frente a ella.
Julie sintió cómo le picaban las palmas de las manos.
Quiso dar media vuelta. Fingir que no había visto nada. Pero su cuerpo la traicionó. En vez de huir, caminó hacia ellos con paso firme.
—Buenas tardes —dijo, casi con tono protocolar.
Sean se giró. Catalina también.
—Julie… —dijo Sean, levantándose como si fuera a recibir a una ministra en audiencia.