Catalina Duval no perdía tiempo.
Ni minutos después de haber sido guiada a su suite, ya estaba de regreso en el lounge del hotel con un café en mano, tacones resonando y una sonrisa lista para todo tipo de conquista —incluyendo una muy específica.
Sean.
Julie intentaba mantener la compostura. Después del incómodo desayuno en la suite —en el que Sean se presentó cuándo casi ella había terminado y que además el poco tiempo que estuvo, ni siquiera la miró— ella se sentía como una figura decorativa: pulida por fuera, carcomida por dentro.
—Esto es solo por negocios —se repetía.
Pero eso no ayudaba.
Desde la recepción, lo vio: Catalina apoyada en el mostrador, su vestido entallado como segunda piel, riendo con Sean. Hablaban como si compartieran años, no minutos.
Julie decidió acercarse.
—Catalina —saludó con tono amable, aunque firme—. ¿Cómo estás encontrando el hotel?
—Oh, es encantador —respondió Catalina, sin desviar mucho la atención de Sean—. Aunque lo más interesante está d