—¿Qué clase de novia compra un vestido que no quiere volver a ver? —murmuró Julie, mirando la bata colgada tras la puerta.
La funda de tela flotaba con elegancia, como si lo esperara pacientemente. Había buscado algo práctico. Algo reutilizable. Un vestido “no emocional”. Pero eso fue antes de ver aquel modelo de seda color marfil, escote palabra de honor, caída fluida.
—Solo lo probaré —se dijo días atrás. Y terminó saliendo de la boutique con él, abrazándolo como si contuviera un sueño atrapado entre costuras.
Ahora, frente al espejo, lo había descolgado con reverencia. Cuando deslizó la cremallera y lo tocó por primera vez, se le hizo un nudo en la garganta.
—No seas tonta, Julie. No es una boda de verdad.
Pero el vestido decía otra cosa. Le hablaba de magia. De luz. De una novia feliz, de un novio enamorado. De un final que, aunque irreal, se sentía tan cerca.
Se lo puso con los ojos cerrados. Respiró hondo. Al abrirlos…
—Pareces una novia —susurró al reflejo.
Y no era solo el ves