Julie se mantuvo inmóvil por un segundo, aún sintiendo el calor de los labios de Sean sobre los suyos. La ceremonia había terminado. Los testigos se retiraron con discreción, el juez les estrechó la mano con una sonrisa formal, y el personal del hotel se movía con eficiencia para desmontar el montaje del jardín.
Pero ella seguía allí, paralizada, con los dedos de Sean entrelazados con los suyos.
—¿Estás bien? —preguntó él, en voz baja.
Julie no respondió. Solo asintió con la cabeza, sin mirarlo.
—Estás temblando —añadió, acercándose levemente.
—Sí —susurró—. Pero no es por el frío.
Sean apretó con delicadeza su mano.
—Entonces vamos a dar una vuelta. Necesitas respirar.
Caminaron juntos por el sendero empedrado que conectaba el jardín con el patio trasero del hotel, donde comenzaba el acceso a la playa. El cielo ya se teñía de tonos azul profundo y coral.
Julie aún no lograba controlar su respiración. Cada paso junto a él, cada mirada furtiva que captaba desde sus pestañas, l