Julie se apretó el cinturón de su bata color mandarina y se acomodó en el sofá con la taza de leche caliente con cacao entre las manos. El vapor le rozaba el rostro como una caricia tibia, pero no conseguía calmar la ansiedad que latía en su pecho.
—Bien —murmuró, abriendo el portátil—. Respira. Revisa. Controla.
Clic. Correo. Cacao. Clic. Correo. Cacao.
Tal y como se sentía después de haber cenado en casa de Sean, necesitaba algo que la tranquilizara. El cacao caliente era perfecto. El ruido suave del teclado, el aroma de chocolate, la habitación en silencio. Todo estaba en su sitio. Excepto su cabeza.
—Maldito Sean… —susurró con una sonrisa torcida.
Tenía razón.
Se había comportado como una mojigata, tal y como solía hacer diez años atrás. Se sobresaltaba con cada mirada de él, algo que había ocurrido con frecuencia. Pero lo peor… lo peor era cuando la miraba como si quisiera devorarla. Como si estuviera reclamando cada recuerdo que aún vivía en su piel.
—Y yo hablando de concentrac