El hospital privado en Manhattan tenía paredes blancas, luces suaves, y ese aroma clínico que no logra disfrazar la tensión en el aire.
Sean caminaba de un lado a otro frente al área de urgencias, con la chaqueta entre las manos y el rostro marcado por más que preocupación.
Luca estaba sentado, revisando su teléfono sin mirar realmente la pantalla.
Ambos habían llegado en menos de diez minutos.
Pero el tiempo, desde entonces, parecía haberse detenido.
Una enfermera los había recibido, sin dar demasiados detalles.
Sólo dijo que el médico especialista ya estaba atendiendo a Julie y que debían esperar en el pasillo.
Sean había querido insistir. Preguntar.
Pero en ese momento, incluso él entendió que no había nada que sus títulos, su apellido o su fortuna pudieran hacer para acelerar lo que ahora dependía de otros.
Sean llevaba más de cuarenta minutos esperando en ese pasillo de hospital.
El aire no pesaba.
Pero cada segundo sí.
La puerta se abrió de nuevo