Julie flotaba con los brazos abiertos en la alberca, la espalda relajada y la mirada clavada en el techo, que reflejaba parte de la luz natural. Sean, desde el otro extremo, nadaba a su ritmo, sin prisa, con el tipo de calma que se aprende solo después de tener demasiados cosas por controlar.
—¿Sabes qué pensé esta mañana? —dijo Julie, girando el rostro hacia él.
—Si es sobre trabajo, el agua va a protestar.
—No.
Pensé que no sé ser paciente.
Siento que cada descanso me atrasa.
Y cada sonrisa… me distrae.
Sean se acercó. Le tocó el tobillo por debajo del agua, como si pudiera interrumpir la autopresión con tacto.
—Una sonrisa no es distracción.
Es señal de que la máquina está reconectando.
Y tú… deberías reconectar más.
Julie lo miró con una expresión suave.
—¿Quieres que me vuelva irresponsable?
—No.
Quiero que te vuelvas feliz.
Aunque sea por ratitos.
Sean nadó hacia la escalera, saliendo del agua con esos movimientos que no buscan llamar la at