La habitación estaba silenciosa, solo el sonido leve de la máquina monitoreando el ritmo cardíaco llenaba el espacio.
Julie yacía en la cama, respiración suave, ojos cerrados… pero el cuerpo ya no completamente inerte.
El medicamento que le habían administrado empezaba a desgastarse.
No lo suficiente para moverse.
Pero sí para escuchar.
Sean se encontraba a pocos pasos del borde de la cama, de pie, observándola como si pudiera leer cada señal de mejora.
Emily entró con paso controlado, el bolso colgado, y dentro de él… el frasco.
—¿Podemos hablar? —preguntó, sin rodeos.
Sean la miró, aún con ese gesto marcado por la angustia.
—Claro.
Emily lo llevó hacia la ventana, lejos de la cama.
Lo suficientemente lejos como para no alterar el descanso.
Pero no tanto como para evitar ser escuchados.
—Hay algo que encontré… en el restaurante.
La copa que ella dejó.
Tenía esto cerca —dijo mientras sacaba el frasco envuelto en papel.
Sean lo tomó. Lo giró en