Cuando comprendió el verdadero significado de aquellas palabras, Julie se sobresaltó y se retiró bruscamente. El asombro por lo que acababa de escuchar la dejó sin palabras.
¿Casarse con él?
Sean se levantó con calma y se sentó sobre el borde del escritorio, como si acabara de proponerle un café y no un matrimonio.
—Ya me has oído —repitió con voz firme—. Cásate conmigo. Ésa es mi condición.
Julie se puso de pie de un salto, con los ojos muy abiertos.
—¿Has perdido el juicio? —le espetó—. ¿Qué clase de estúpida condición es ésa? Como si yo fuera a considerarlo…
Sean no se inmutó.
—La idea no te parecía tan desagradable hace diez años, si no recuerdo mal. Te encantaba decir que te ibas a casar conmigo.
El rubor le cubrió las mejillas como una bofetada. Sintió deseos de estrangularlo. O de besarlo. Y eso la enfureció aún más.
—Venga ya. Entonces era joven e ingenua.
—¿Y ahora eres vieja y sabia? —replicó él con una sonrisa ladeada—. Si es así, verás el sentido común q