CAPÍTULO 86. De vuelta a la mansión
Graziella acomoda un ramo de flores sobre la mesa, cuidando cada detalle. Andrés la observa desde su sillón, con una sonrisa serena.
—No sabes cuánto he soñado con el día de nuestra boda… —dice ella con brillo en los ojos—. Quiero que todo salga bien, sin sobresaltos.
Andrés la contempla en silencio unos segundos, hasta que le toma la mano con suavidad.
—Graziella… no tienes idea de lo feliz que me haces. Pensé que después de perder a mi esposa nunca volvería a sentir algo así. Pasé años convencido de que mi vida estaba terminada, resignado a la soledad.
Ella lo mira con ternura, y Andrés continúa, con la voz un poco quebrada
—Y entonces llegaste tú… primero como mi enfermera, cuidando cada detalle, acompañando mis dolores y mis silencios. Y poco a poco, sin darme cuenta, me devolviste la esperanza. Lo que nació entre nosotros no fue casualidad, fue un regalo. Un regalo que yo jamás creí que merecía a estas alturas de mi vida.
Graziella sonríe, con lágrimas contenidas.
—Andrés…
Él aca