CAPÍTULO 66. A través del vidrio.
El auto se detiene lentamente frente a la mansión. Los faros iluminan la fachada imponente, donde las luces interiores arden como centinelas en la oscuridad. El motor se apaga y, de inmediato, el silencio de la noche envuelve a Valentina y Alejandro.
El chofer se adelanta para abrir la puerta. Ella baja con pasos cortos, la tela ligera de su vestido pegada a su piel húmeda. El agua del mar todavía la recubre, dejando un brillo que la hace parecer esculpida por la luna. Pero sus hombros tiemblan, y los labios se le tornan ligeramente morados.
Alejandro la observa un segundo más. Sus ojos recorren la forma en que el frío la hace estremecer, la piel erizada bajo la tela.
—Vas a enfermar si sigues así —dice con voz grave, rompiendo el silencio. Sus manos se cierran en puños, conteniendo la necesidad de rodearla —. Entra y cámbiate pronto si no quieres agarrar una neumonía.
Valentina asiente, abrazándose a sí misma, los brazos cruzados sobre el pecho en un intento inútil de entrar en calor