CAPÍTULO 56. Tormenta en el alma
Alejandro abre los ojos lentamente, y lo primero que siente es el frío de las sábanas contra su piel. Sus piernas, inmóviles, parecen pesar toneladas; cada movimiento que intenta es imposible. Un suspiro se escapa de sus labios antes de que pueda detenerlo.
Maldita … maldita impotencia… piensa, la frustración acumulándose como un fuego que no logra apagar. Cada día que pasa así, cada movimiento restringido, lo llena de rabia y desesperación. Él, que siempre controló todo, que siempre estuvo un paso delante de todos, ahora depende de otros para lo más mínimo. Se aborrece a sí mismo.
Se recuesta contra el respaldo de la cama, apretando los puños. La memoria de la escena de Valentina lo golpea con fuerza. La culpa lo atraviesa como un cuchillo.
—No… no debo sentir culpa… —murmura para sí mismo, pero la voz se siente hueca, sin convencerlo—. No puedo… yo… yo no…
Se frota la cara con las manos, tratando de calmar el nudo que le oprime el pecho. Pero no hay calma. Las cartas, las acusacione