CAPÍTULO 33. Donde el silencio grita más fuerte.
Las luces blancas del hospital zumban sobre su cabeza. El tic tac del reloj en la pared le taladra los oídos. La sala de espera está llena de murmullos apagados, pasos apresurados y alguna tos ocasional. Pero para Valentina, todo suena lejano. Irreal.
Está sentada al borde de una silla de plástico, con los dedos entrelazados tan fuerte que se le marcan en la piel. Siente las piernas entumecidas y la espalda tensa.
“¿Y si no sobrevive? ¿Y si no lo vuelve a ver?”
Se obliga a respirar hondo, pero no funciona.
El rostro de Alejandro, bañado en sangre, con los ojos llenos de confusión y dolor, la persigue cada vez que parpadea.
Y entonces aparece esa otra sensación. Esa que intenta ignorar.
No es miedo. Es algo más profundo. Algo que se niega a nombrar.
“¿Será amor?”
No. No puede ser. No debería.
Y sin embargo… está ahí. En su pecho, apretando con fuerza.
Se pone de pie y camina en círculos. Necesita moverse. Necesita hacer algo más que esperar. Apoya una mano en la pared, cierra los