Todo empezó con el eco de las armas cargándose al unísono.
Damon me empujó detrás de él, con esa furia protectora que le ardía en los ojos cuando sentía que alguien me amenazaba. Tres hombres, vestidos de negro, armados hasta los dientes. Uno de ellos llevaba un dispositivo en la mano. Un detonador. No había duda.
—¿Quiénes son? —pregunté en un susurro, mi voz temblando más por el pánico que por la rabia.
—Trabajan para alguien que quiere verme muerto —murmuró Damon, sin girarse a verme—. Pero lo que no saben es que están a punto de desear nunca haber cruzado esa puerta.
—¿Qué es eso que sostiene? —insistí, aferrándome a su camisa.
El hombre del centro sonrió. Frío. Tranquilo. Como si tuviera el mundo en sus manos.
—Explosivos, señora Knight. Están en cada rincón de esta mansión. ¿Quiere que haga la prueba? —movió el dedo hacia el botón como si fuera a presionar.
Los guardias que habían salido comenzaron a apuntarlos, pero Damon alzó la mano.
—¡Bajen las armas!
—Damon, no… —susurré, a