—Señora Helena, sé que le han dado malas referencias de mi persona, pero creo que todos tenemos derecho al beneficio de la duda —indicó y se reflejó en la azulada mirada de la dama—, sé bien que no soy la mujer indicada para su hijo, sin embargo, soy la madre de su nieto, y eso no lo puede cambiar, me agradaría tener la oportunidad de conocerla, y que usted lo haga conmigo.
Helena inhaló profundo, la garganta se le secó, observó a Anne quien se veía muy conmovida, la enfermera asintió, y por dentro de los bolsillos de su uniforme, cruzó los dedos, anhelando que su patrona aceptara la propuesta.
La señora Lennox elevó su rostro y observó a los ojos a Myriam.
—Con una condición —expresó.
—¿Cuál? —averiguó Myriam.
—Que traigas al niño todos los días —solicitó y besó la frente del chiquillo.
Myriam se conmovió de la mujer hasta la médula, le brindó una cálida sonrisa.
—Por supuesto —respondió.
—Claro que no —refutó Gerald—, yo no voy a permitir que esta señora le destroce