Sofía:
El cachorro tiraba de la correa con gran efusividad. Quien lo viera tan animado y juguetón, no sospecharía que hacia pocos días había estado al borde de la muerte. Yo lo llevaba asido de un collar y de una cadena, intentando enseñarle a comportarse.
—No, bebé. No muerdas los tobillos de mamá.- regañé al lobito por decimoquinta vez, cuando me dí cuenta de que me había alejado peligrosamente del cubil.
Frente a mí, tenía un cementerio.
Las tumbas estaban marcadas con cruces de madera o simples peñascos y se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Un ardor se apoderó de mi estómago al ver aquel extraño paisaje cubierto de nieve y muerte.
—Ah, veo que has encontrado mi jardín privado.
Alexis apareció a mi lado, como fantasma salido de la nada. De seguro me vió palidecer, girándome a mirarlo con expresión de espanto.
—¿Jardín, Señor?- susurré, petrificada.
—Por supuesto. Otros hombres con demasiado dinero en sus bolsillos, se dedican a sembrar flores, yo me divierto enterrando a