Tomé fotografías de la escena como si se tratara de un crimen perfectamente calculado. Los trozos de vidrio esparcidos por el suelo, la copa rota contra la pared, mi mejilla ligeramente raspada, aún enrojecida por el impacto. Incluso adjunté los archivos médicos que certificaban que estaba embarazada. Cada imagen tenía un propósito, cada prueba era una pieza más del rompecabezas que estaba a punto de completar.
Mi plan ya estaba en marcha.
Salí temprano de casa, sin hacer ruido, con pasos firmes pero silenciosos. El aire de la mañana era frío, cortante, como si intentara advertirme algo, pero ya no había marcha atrás. Al llegar al estacionamiento me encontré con Leandro, quien hablaba por teléfono apoyado contra su automóvil. Al verme, levantó la mirada y comprendió de inmediato. Hice una leve señal con la cabeza, indicándole que nos dirigiéramos al hospital. Él asintió sin hacer preguntas y colgó.
Ahora debía enfrentar una de las decisiones más duras de mi vida. Debía deshacerme del