Hugo no tuvo marcha atrás y se llevaba a Patricia como rehén.
Polo le miró con cara inexpresiva.
—Hugo, ¿de verdad crees que puedes amenazarme con ella?
—¡Je, no puedo amenazarte con ella! ¡Pero puedo amenazar a ese tonto de tu familia!
Se le cambió el color de la cara de Polo.
Sin que Hugo lo supiera, Polo ya tenía pruebas de sus crímenes y las había entregado a la policía, y las pruebas de Patricia eran en realidad irrelevantes.
Los hombres de la zona austral se enfrentaron a él con las pistolas en sus manos.
—¡Haz que bajen sus pistolas! —Hugo gritó histéricamente—. O si no... ¡materé a la puta!
—¡Polo! ¡Polo! —Llegó un grito.
Pedro corrió despavorido y fur detenido por Polo.
Gritó ansiosamente: —¿A qué esperas? ¡Diles que bajen las pistolas! Tu tía está en manos de este hombre.
Polo le miró con expresión fría.
Fue él quien hizo traer a Pedro.
Esas cosas había que verlas con los propios ojos.
—Cariño... — Patricia había perdido mucha sangre y estaba a punto de desmayarse, en cuanto