Cuando Lucía volvió a casa del trabajo, vio a Polo jugando a las cartas con su madre.
Las cartas se jugaban de una forma peculiar, con reglas tediosas que ponían a prueba la lógica y la paciencia de uno. Su madre le había enseñado a jugar desde niña, pero ni siquiera pudo aprender, y entonces su madre no volvió a sacar aquella baraja.
No esperaba que estos dos se divirtieran.
Hubo un estallido de risas en el salón, y Polo fue lo suficientemente listo como para perder todas las partidas sin detectarse, pero haciendo que Ana se esforzara mucho para ganar.
Ana estaba exultante. Cuanto más veía la suegra a su yerno, mejor sentía.
Después de este juego, Polo estaba a punto de barajar sus cartas cuando de repente vio a Lucía de pie no muy lejos y apresuradamente se levantó y sonrió suavemente, —¿De vuelta?
—Oye, ¿has salido de trabajar tan temprano? —Ana sonrió mientras tocaba sus cartas—. Polo ha estado jugando a las cartas conmigo toda la tarde, creo que está agotado, ¡así que ve a prepara