—No deberías estar aquí —fue la respuesta del hombre, mientras caminaba con grandes zancadas hacia ella.
Inmediatamente, retrocedió sin soltar el cuaderno que era la prueba de todo. Por supuesto que no estaba imaginando cosas. Él lo había dejado todo redactado allí. Cada fecha, cada observación. Era la prueba viva de su vigilancia.
—¡¿Eso es lo único que dirás?! ¡¿Por qué no me explicas mejor cómo demonios llegaron estas fotografías hasta aquí?! —gritó, perdiendo por completo el control. Ese infeliz al que había llegado a amar resultó ser la persona que más la destruyó. Le arruinó la vida, le hizo algo que no podría ser reparado jamás—. ¡Soy yo, maldita sea! ¡¿Por qué tienes mis fotos?! ¡¿Por qué?!
—Cálmate, Rubí. Deja que te explique, ¿sí? —Alzó la mano, intentando alcanzar el cuaderno, pero ella retrocedió más, golpeando su espalda contra la pared.
—¡Ni se te ocurra acercarte, ¿me oyes?! —chilló—. ¡No te acerques!
Para este punto era más histeria que persona, pero realmente