—Te escuché —dio un paso atrás, mirándolo con los ojos llorosos. No lo podía creer. Verdaderamente lo había escuchado.
—¿Lo hiciste, Rubí? ¿Lo hiciste? —preguntó Eros con el audífono en la mano, visiblemente emocionado.
—¡Sí! —se tapó la boca con las manos, tratando de contener el grito que quiso surgir de su garganta—. ¡Verdaderamente te escucho! ¡No lo puedo creer!
Su esposo la abrazó y entonces sus labios se encontraron en un beso tímido. El contacto primeramente estuvo lleno de euforia y luego disminuyó a algo más lento y apasionado, que no parecía bastar para ninguno de los dos.
—Sabía que lo lograrías —le susurró contra su boca—. Eres más fuerte de lo que crees, Rubí.
Asintió.
No se consideraba realmente la mujer más fuerte, pero sí debía reconocer que había superado muchos obstáculos. Y que la vida había sido especialmente dura con ella.
Eros volvió a besarla, esta vez acompañando la caricia con manos inquietas que se deslizaban por su cuerpo con soltura.
Sintió como le