MAYO
Las despedidas tenían poder, ya fueran llenas de amor o empapadas de odio. La despedida del amor traía dolor y sufrimiento, mientras que la del odio se suponía que traería paz. Cortar lazos con mi madre debía traerme la libertad que anhelaba. Pero una sola mirada a sus ojos angustiados destrozó cualquier idea de liberación. Había visto esa mirada antes, oculta tras sus falsas sonrisas. Cada vez que hacía algo que le recordaba al hombre que arruinó nuestras vidas, vislumbraba ese dolor. Pero esta vez era diferente. No hizo ningún esfuerzo por ocultar su decepción y odio. A sus ojos, yo era igual que mi padre: un desertor.
Pero no había vuelta atrás. Había llegado a mi límite. Basta de autodesprecio. Basta de miedo a decepcionarla y de andar con pies de plomo para no revivir los recuerdos de mi padre. Di el primer paso y pasé junto a ella. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente al rozarla, evitando por los pelos un choque. No se sentía bien. Nada de eso me hacía sentir bien. Dejar i