**LEONARDO**
Noah conduce con esa precisión calculada que solo él maneja. Cada giro lo toma con una naturalidad tan fría que pareciera haber ensayado este recorrido mil veces. Yo lo observo de reojo y sé que no se trata de simple pericia: es discreción pura, un instinto afilado para no perder de vista a quienes vamos siguiendo sin llamar la atención.
Delante de nosotros, el auto de Henry avanza con esa arrogancia que destilan los vehículos de lujo. El vidrio polarizado apenas me regala una sombra, una silueta que sé que le pertenece a ella. Camila. Podría reconocer la forma de su cuello incluso en la penumbra, podría jurar que hasta el aire cambia cuando es ella quien lo respira.
Me acomodo en el asiento trasero, inclinándome hacia adelante, los codos clavados en mis rodillas, como si esa postura me diera más control sobre lo que estoy sintiendo. Pero no lo hace. Mis ojos no se despegan del auto frente a nosotros, como si mirarlo bastara para acortar la distancia que se empeña en pone