**CAMILA**
Y entonces su voz, grave, cercana, rompe el silencio con una simple frase que me atraviesa de lleno:
—¿Cómo has estado?
El aire se me queda atrapado en los pulmones. No importa cuántas veces haya imaginado este encuentro, cuántas noches me haya repetido que, si algún día sucedía, estaría preparada… nada de eso sirve ahora. El sonido de su voz real es un golpe que destroza todas mis defensas, como si las murallas que construí a base de orgullo y dolor se derrumbaran en cuestión de segundos.
Es como si el tiempo retrocediera de golpe, y los sentimientos, que intenté sepultar, resurge con la fuerza de una tormenta y me deja desarmada frente a él.
Trago saliva, obligándome a fingir una calma que no siento. Mi corazón late tan fuerte que temo que pueda escucharlo, que descubra el temblor que escondo detrás de mis palabras.
—Bien, gracias… —respondo, adoptando un tono distante, demasiado correcto—. Muy ocupada con el trabajo y con los compromisos sociales.
Mi voz suena como la de