La luz de la mañana se filtraba por los ventanales del despacho, iluminando el rostro cansado de Aurora. No había dormido mucho, y sus pensamientos estaban enredados en todo lo que había ocurrido. Su mirada se detuvo en Alexander, quien estaba sentado frente a una mesa llena de documentos, mapas y un portátil. A pesar de las horas sin descanso, parecía completamente enfocado, como si la fatiga fuera un concepto ajeno para él.
Aurora se acercó lentamente y tomó asiento en la silla frente a él. El coronel alzó la mirada, encontrándose con sus ojos. Por un momento, ninguno dijo nada, pero había algo en el aire, una conexión que iba más allá de las palabras.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Alexander, su tono bajo pero lleno de preocupación.
Aurora se encogió de hombros. —Mejor, creo. Aunque siento que nunca estaré realmente tranquila mientras Ricardo siga… siendo Ricardo.
Alexander asintió, sus dedos jugando distraídamente con un bolígrafo. —Él sigue moviendo sus piezas desde prisión, y eso