La casa estaba inmersa en un silencio inquietante, roto únicamente por el suave crujir del viento contra las hojas. Aurora permanecía sentada en el sofá del despacho, Max a sus pies, mientras Alexander revisaba las cámaras de seguridad una vez más. Su mirada seria buscaba cualquier movimiento que pudiera ponerlos en peligro, consciente de que los aliados de Ricardo seguían rondando en las sombras.Aunque Ricardo estaba encerrado tras los muros de la prisión, su influencia y su red criminal no habían cesado. Alexander sabía que había hombres fuera, hombres dispuestos a cumplir con las órdenes de su jefe, sin importar lo que costara. La amenaza no se había disuelto; solo había cambiado de forma.Aurora observó a Alexander, notando la intensidad en su postura, cómo parecía que cada músculo de su cuerpo estaba preparado para actuar en cualquier momento. Aunque el peligro acechaba, había algo en él que la hacía sentir segura. No podía evitar admirar su capacidad para mantenerse firme bajo
La luz de la mañana se filtraba por los ventanales del despacho, iluminando el rostro cansado de Aurora. No había dormido mucho, y sus pensamientos estaban enredados en todo lo que había ocurrido. Su mirada se detuvo en Alexander, quien estaba sentado frente a una mesa llena de documentos, mapas y un portátil. A pesar de las horas sin descanso, parecía completamente enfocado, como si la fatiga fuera un concepto ajeno para él.Aurora se acercó lentamente y tomó asiento en la silla frente a él. El coronel alzó la mirada, encontrándose con sus ojos. Por un momento, ninguno dijo nada, pero había algo en el aire, una conexión que iba más allá de las palabras.—¿Cómo te sientes? —preguntó Alexander, su tono bajo pero lleno de preocupación.Aurora se encogió de hombros. —Mejor, creo. Aunque siento que nunca estaré realmente tranquila mientras Ricardo siga… siendo Ricardo.Alexander asintió, sus dedos jugando distraídamente con un bolígrafo. —Él sigue moviendo sus piezas desde prisión, y eso
La noche era oscura y pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de tensión. Aurora estaba en el despacho, observando a través de la ventana cómo Alexander daba órdenes a su equipo. La operación había sido un desastre; las heridas y las pérdidas pesaban sobre todos, pero Alexander seguía adelante, como siempre. Su fuerza era inquebrantable, pero Aurora podía ver las grietas, las pequeñas señales de agotamiento que él intentaba ocultar.Cuando Alexander finalmente entró en la casa, su rostro estaba marcado por la fatiga y el dolor. Aurora se acercó a él, su corazón latiendo con fuerza. Había algo en su presencia que la hacía sentir segura, incluso en medio del caos.—Alex, ¿estás bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de preocupación.Alexander asintió, aunque su mirada estaba distante. —Estoy bien. Solo necesito un momento.Aurora lo tomó de la mano, guiándolo hacia el sofá. —Siéntate. Por favor.Alexander obedeció, dejando escapar un suspiro mientras se dejaba caer en el asi
El sol comenzaba a ocultarse detrás de los árboles, tiñendo el cielo de tonos naranjas y púrpuras. Aurora caminaba lentamente por el jardín, sus pensamientos perdidos en la turbulencia de los últimos días. Desde su encuentro con Alexander, todo parecía haber cambiado. No solo el peligro que los rodeaba, sino también los sentimientos que comenzaban a emerger, emociones que no sabía cómo manejar.Alexander la observaba desde la puerta de la casa, sus brazos cruzados mientras la brisa levantaba levemente los pliegues de su camisa. A pesar de que intentaba mantener la distancia, sus ojos no podían dejar de seguir cada uno de sus movimientos. Había algo en Aurora que lo hacía bajar la guardia, algo que lo obligaba a enfrentar partes de sí mismo que siempre había preferido ignorar.Aurora se detuvo junto a un viejo banco de madera y se sentó, su mirada fija en el horizonte. Alexander se acercó, sus pasos firmes pero tranquilos, y tomó asiento a su lado. Por un momento, el silencio se extend
Aurora estudio su rostros aún un poco demacrado en la modesta casa del Coronel, solá en la recámara de la habitación, sin dudas la casa del hombre parecía un palacio por dentro, por fuera era un poco modesta. Y no habría que mentir que Alexander ganaba bien. Por la insistencia de su doctora y amiga ahora habían planeado los dos pasar un día diferente, ver alguna película en el sofá, jugar juegos de mesa, algo que la distrajera de todo el conflicto por el que aún estaba pasando.No lo dudaba, secretamente se sentía feliz, y aunque ella pensaba que no se merecía nada de eso, ver a Alex en esta nueva faceta y ver cómo sus ojos volvían a tener vida.Algo detrás de ella llamó su atención y por instinto se asustó y tensó, luego enfocó a Alexander de pie en la puerta.—No quería asustarte— se disculpa el hombre de sus pensamientos.—Supongo que es normal— Suspiro, el ataque fue reciente, y era normal que estuviera alerta a todo su entorno en los próximos días, pero tenía que superarlo. Era
La vida en la mansión Brown, vista desde el exterior, parecía un cuento de hadas. Los jardines bien cuidados, la piscina olímpica, y los carros de lujo estacionados en el garaje daban la impresión de que todo era perfecto. Pero dentro de esas paredes, detrás de las cortinas de terciopelo, la realidad era muy diferente. Me desperté temprano, como siempre, con el ruido de la alarma que Ricardo había insistido en poner a las cinco en punto de la mañana. Según él, era la hora perfecta para que una “buena esposa” se levantara y comenzara sus deberes. Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Ricardo tenía el sueño ligero y sabía que cualquier movimiento brusco podía desencadenar su furia matutina. Mientras caminaba hacia el baño, miré mi reflejo en el espejo. La joven de ojos tristes que me devolvía la mirada parecía extraña. ¿Dónde había quedado aquella Aurora llena de vida y sueños? Me preguntaba mientras el agua tibia de la ducha trataba de borrar las marcas de la
El sol apenas empezaba a asomarse en el horizonte, anunciando un nuevo día en la mansión Brown. Aurora se levantó con el mismo sentimiento de opresión que la había acompañado desde que se casó con Ricardo. Sabía que enfrentaba otra jornada llena de humillaciones y dolor, pero su espíritu se había doblegado tanto que la idea de rebelarse ni siquiera cruzaba su mente.Aurora se dirigió a la cocina para preparar el desayuno de Ricardo, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Sabía que cualquier mínimo error podría desencadenar la ira de su esposo. Mientras trabajaba, podía sentir el peso de su propia desesperanza, como una losa que la oprimía.Ricardo bajó las escaleras con paso firme. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y desplegó el periódico. —¿Está listo el café?— preguntó, su tono cargado de impaciencia.—Sí, Ricardo, ya está,— respondió Aurora con voz temblorosa, colocando la taza frente a él.Tomó un sorbo y frunció el ceño. —Está demasiado caliente,— dijo, lanzándole un
Aurora despertó con el sonido agudo de la alarma que resonaba en su habitación. El sol aún no había salido, pero el nuevo día ya exigía su presencia. Se levantó de la cama con una sensación de resignación y tristeza, sabiendo que tenía que enfrentarse a otro día de humillaciones y control bajo la mirada vigilante de Ricardo. Mientras caminaba hacia la cocina para preparar el desayuno, los recuerdos de su vida antes de conocer a Ricardo comenzaron a invadir su mente. Había sido una joven llena de sueños y esperanzas, con un futuro brillante por delante. Pero todo eso se había desvanecido el día que decidió casarse con Ricardo, un hombre que al principio parecía ser el príncipe azul, pero que pronto reveló su verdadera naturaleza. Ricardo descendió las escaleras con el rostro sombrío. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y extendió la mano para recibir su café. Aurora, con las manos temblorosas, le sirvió la taza. —Buenos días, Ricardo,— dijo con voz suave. Él no respondió. En