El silencio de la noche en la casa de Alexander era diferente al del hospital. Aquí, el aire no estaba cargado de miedo, ni el sonido de las máquinas monitoreando sus signos vitales servía de recordatorio constante de su vulnerabilidad. Pero aunque el entorno había cambiado, Aurora no podía evitar la inquietud que todavía palpitaba en su pecho.
Desde la cama, podía ver a Alexander sentado en la silla junto a ella, su postura firme, su mirada fija en la ventana como si esperara que el peligro se deslizara entre las sombras. No había hablado en los últimos minutos, y aunque su presencia era reconfortante, Aurora sabía que algo lo atormentaba.
—No tienes que quedarte aquí toda la noche —susurró, aunque en el fondo quería que lo hiciera.
Alexander la miró, su expresión impenetrable.
—Sí, sí tengo que hacerlo.
Aurora sintió cómo su corazón latía más rápido ante su respuesta.
—¿Por qué?
Alexander se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre sus rodillas.
—Porque