Desde la ventana del hospital, podía ver y apreciar el el hermoso amanecer de Nueva York tenía algo diferente. Podía sentir cómo la ciudad continuaba con su vida, ajena a mi tormenta personal, pero aun así, parecía que cada rayo de sol llevaba consigo las miradas de miles de personas.
Cada vez que me inclinaba hacia el cristal, imaginaba a los periodistas al acecho, esperando mi primera palabra, mi primera aparición fuera de estas paredes.
Sabía que todo esto no iba a detenerse pronto. Y aunque agradecía estar viva, esa sensación de alivio era constantemente atacada por el peso de lo que había vivido, de lo que todavía enfrentaba.
El día anterior había sido especialmente difícil. La entrevista con los agentes había traído de regreso recuerdos que intentaba enterrar, pequeños fragmentos del infierno que Ricardo me había hecho vivir. Sus palabras, su control, las marcas invisibles que dejó en mí.
Todo había resurgido como una marea implacable, y aunque Alexander estuvo a mi lado todo e