La mañana había amanecido oscura, como presagio de la tormenta que se avecinaba. El aire estaba impregnado de electricidad estática y un silencio expectante reinaba en el almacén abandonado, donde se había trazado el operativo. La información de una “transmisión especial” había guiado a Alexander y su pelotón hasta ese lugar, la última pista de que Ricardo, tan astuto como despiadado, había decidido enfrentarlo cara a cara.
Alexander mantenía la mirada aguda y el rostro curtido, reflejo de incontables batallas. Con el corazón encendido por la determinación de proteger a Aurora, se preparaba para lo que parecía ser el enfrentamiento definitivo. Los informes de Mateo y Natalia habían dejado claro que no solo se trataba de interceptar un envío; se trataba de un mensaje visceral de Ricardo, quien, alimentado por los celos y la venganza, había decidido salir del anonimato para hurgar en su relación.
Desde el otro lado, sombras agitadas se movían entre las estructuras semi-derruidas del a