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“Los días pasaron. Demasiados confusos para saber cuántos o imposibles de recordar con claridad. Solo eran ecos del llanto de mi madre filtrándose por las paredes hasta mi habitación, objetos rompiéndose y gritos que parecían no tener fin.
—¿N-no quiso comer otra vez? —le pregunté a Virginia, viendo la bandeja de comida intacta en sus manos.
—Ni siquiera me deja entrar, señorita —contestó preocupada.
Mi pecho se apretó. Contuve las lágrimas en mi garganta.
—¿Y papá, dónde está? —pregunté con un hilo de voz.
—Sigue trabajando. Solo llega, p







