Tras unas horas de clases, acompañé a Melisa al campus para tomar un respiro antes de la siguiente.
Por más que intentaba fingir que todo estaba bien, a veces mi mente divagaba; ella hablaba con entusiasmo, pero su voz me sonaba como un eco lejano.
—Pues sí, como te decía… Mario y yo estamos muy bien. Jamás había sentido algo así por alguien y tengo miedo de arruinarlo. Él es tan centrado, maduro, tan lindo y a la vez atrevido… ¡me encanta! —exclamó emocionada.
Asentí con la mirada fija en el césped.