DYLAN

Su grito de reclamo retumbó en las paredes.

El golpe me sacudió la cabeza hacia un lado. El ardor recorrió mi mandíbula hasta el oído, pero no emití un quejido. Permanecí de pie, con la espalda recta y la respiración contenida.

La miré de reojo. Temblaba de rabia, posiblemente deseando darme otra bofetada. Harper no solo le había contado lo ocurrido, estaba seguro de que también le mostró esas marcas. Maldije para mis adentros.

Respiré hondo, conteniendo la reacción que se agitaba dentro de mí. No podía perder el control frente a ella. No con Rebeca.

—Rebeca… —articulé despacio, enderezándome—. Permíteme explicarte cómo sucedieron las cosas.

—¿Explicarme? —inquirió indignada—. ¿Crees que hay una justificación? ¡No la hay! —vociferó.

Estaba por responder cuando unos pasos en las escaleras me interrumpieron:

—¿Qué son esos gritos? —la voz de mi madre cortó el aire como un látigo, resonando con autoridad mientras descendía los escalones.

Rebeca giró la cabeza hacia ella, fulminándo