Nuestra partida se retrasó por varias horas porque Dylan tenía que prepararse y luego buscar un transporte privado para nosotros.
El señor Adams, amablemente, nos ofreció su lancha auxiliar y uno de sus tripulantes para llevarnos. Dylan le explicó, con su voz más convincente, que teníamos una "emergencia familiar" que atender.
Me encontraba en la popa esperandolo para desembarcar. El muelle privado de Santa Catalina estaba vacío en comparación al de Long Beach. La isla que a simple vista parecía un lugar hermoso, con mucha vida natural. Las montañas verdes y borrascosas se alzaban al fondo, alineándose como si estuvieran pintadas a la pe