Desconocido
Los mismos dos hombres de siempre abrieron la puerta, revisaron mi cuerpo de cabeza a pies y cuando notaron que no llevaba ningún arma me permitieron continuar mi camino. Las botas resonaban por el suelo mientras me adentraba en el frío pasillo. Varios de los guardias iban de salida y me observaban como siempre: con desconfianza.
No los culpaba, yo tampoco confiaría en mi. ¿Qué podía esperarse de un traidor?
Finalmente llegué a la última puerta y nuevamente otros dos idiotas volvieron a revisarme antes de permitirme entrar.
—¡Vaya mierda, viejo! —solté con desgana ante la escena que tenía al frente—. ¿Me hiciste venir para ver como una puta te hace una mamada?
El rió antes de apartar a la chica de su polla y meterla de vuelta en sus pantalones. Caminé hasta el sillón más cercano y me lancé.
—Lárgate —le ordenó a la chica y ella se marchó con la cabeza gacha.
No soportaba a las mujeres sumisas. Nunca fueron mi tipo. Hice una mueca de desdén cuando él me insinuó que podía us