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La lluvia había cesado durante la noche, pero las nubes seguían cernidas sobre Eldoria como un presagio gris que se negaba a dispersarse. Isabella observó desde los ventanales del estudio de Sebastián como los primeros rayos de sol luchaban por abrirse paso entre la bruma matutina, iluminando débilmente los tejados de la capital que se extendía más allá de los muros del palacio. El paisaje parecía reflejar perfectamente el estado de ánimo que había dominado el reino desde los eventos de la noche anterior: incierto, tenso, cargado de una expectativa que nadie se atrevía a nombrar.

"Los informes siguen llegando," murmuró Sebastián desde su escritorio, donde una montaña de pergaminos sellados se acumulaba como evidencia tangible de la crisis que se desarrollaba. Su voz tenía esa calidad ronca que Isabella había aprendido a reconocer cuando no hab&i

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