Mientras tanto, en la mansión Santoro...
El Roll Royce entró por el gran portón. Albert se acercó para recibir a sus patrones. Fabiano salió y caminó hacia él con una sonrisa perversa en su rostro.
El viejo Santoro estaba inmóvil en su puesto, sabía muy bien que le esperaba una ronda de bromas y burlas. Él observó, a través del espejo a su hijo, susurrarle algo al mayordomo al oído e inmediatamente los dos comenzaron a reír.
Los dos se pararon frente al auto, era evidente que no querían perderse ningún detalle del viejo y sus bolas acarameladas.
Vicente suspiró resignado y salió lentamente del vehículo.
Su andar era lento y divertido, antes los ojos de sus acompañantes. Al viejo no le quedó de otra que comenzar a reír y a caminar hacia ellos.
—Ja, ja, ja. Señor, qué manera tan dulce de comenzar la semana. Ja, ja, ja.
El viejo Santoro acarició su trasero y con la mano llena de miel, acarició el rostro de Albert golpeando levemente su mejilla.
—Quiero compartir mi suerte contigo.
Alber