Una vez dentro, Aislyn se mueve con la misma fluidez que siempre, como si la cocina fuera su refugio, su pequeño santuario. Con manos seguras, comienza a preparar un café, el sonido del agua hirviendo y el aroma del café recién hecho llenando el espacio, pero sus ojos nunca dejan de observarlo. Cada gesto suyo parece estar calculado, como si estuviera tratando de descifrar lo que Liam no se atreve a decir en voz alta.
Liam, sin embargo, se mantiene inmóvil, sentado en la esquina más alejada de la cocina, como si la distancia pudiera protegerlo, como si pudiera ocultarse de la realidad. La tensión entre ambos es palpable, una nube densa que llena cada rincón de la habitación.
Finalmente, Aislyn se atreve a romper el silencio. –¿Peleaste con tu enamorada? – ella sabe que está entrando en un territorio resbaladizo, que la respuesta podría desgarrar la fachada que Liam ha levantado con tanta precisión.
–No creo que eso sea algo que tú y yo debamos hablar –su voz se escapa como u