Un mes después
El mes pasa sin anuncios, sin hitos visibles, como una respiración contenida demasiado tiempo. La casa se vuelve más silenciosa, más cuidadosa, como si todos aprendieran a moverse alrededor de Amara sin rozarla demasiado, sin perturbar ese equilibrio frágil que sostiene a dos vidas que crecen dentro de ella. Carlota vigila, Sophie acompaña, el mundo se reduce a rutinas mínimas, a horarios estrictos, a miradas que dicen más de lo que se atreven a pronunciar.
Esa noche, la última antes de irse, la casa duerme temprano.
O finge dormir.
La luz de la habitación de Amara queda encendida apenas, una lámpara tibia que dibuja sombras suaves sobre las paredes. Afuera, el viento mueve los árboles con un susurro constante, como un murmullo que no termina de callarse nunca.
Liam entra despacio, cerrando la puerta detrás de sí sin hacer ruido. Lleva horas caminando de un lado a otro, revisando mentalmente planes que ya no pueden cambiarse, rutas que ya están decididas, riesgos que co