Liam se pasa una mano por el rostro con un gesto cansado, como si al hacerlo pudiera borrar de golpe todo lo que viene acumulando desde hace meses: el miedo, la culpa, la sensación constante de estar siempre un paso atrás de alguien que juega sin reglas. El mapa sigue desplegado sobre la mesa, inmóvil, indiferente a la gravedad de lo que representa.
–Dilo claro –dice al fin, levantando la mirada hacia Carlota. – Sin rodeos. ¿Dónde?
Carlota no duda. Apoya el dedo índice sobre un punto casi invisible del papel, un nombre pequeño rodeado de verde, lejos de las rutas marcadas, lejos de cualquier referencia reconocible.
–Otro pueblo chico –responde. – Muy chico. Fuera de las rutas principales, sin tránsito constante, con menos de mil habitantes. De esos lugares donde todo el mundo se conoce, pero nadie espera que pase nada extraordinario. Ahí vive una partera retirada, vieja escuela, sin registros digitales, sin redes, sin supervisiones modernas. Me debe favores de una época que ninguno