El reloj marca las 18:36. Amara ya no camina, no tiembla, ahora respira con fuerza, como si el alma hubiera encajado en su lugar con un único objetivo: salir. Afuera, en el pasillo, sabe que Kate la espera, fingiendo normalidad, con esa sonrisa gélida que esconde cuchillas. Su presencia es una amenaza latente, una bomba de relojería.
–Tenemos un problema –dice Sophie, acercándose a la puerta y espiando con disimulo a través de la mirilla. –Kate está justo ahí. Conversa con su compañero de seguridad. Esa mujer es insoportable , está plantada como una esfinge.
Amara no se inmuta. El corazón le late con fuerza, sí, pero su rostro permanece sereno, casi inexpresivo. Toma una bocanada de aire profundo, como si el oxígeno le diera el valor que aún no ha pronunciado, y se gira lentamente hacia Sophie y Katherine, que la observan con inquietud. –Entonces será por otro lado– murmura con un hilo de voz apenas audible, pero cargado de decisión. Sus ojos, brillantes de adrenalina y desesperaci